Cuando falleció Paco Ignacio Taibo I, un exiliado español que hizo carrera periodística en El Universal, José Emilio Pacheco estimó que acudíamos al final del siglo XX.
«Se dice que con el triunfo de Obama comienza de verdad el siglo XXI. Siento que con la muerte de Paco Ignacio Taibo acaba para mí el siglo XX», escribió en 2008 el autor de Morirás lejos.
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Un paralelo de significado podría trazarse con el fallecimiento de David Bowie (1947-2016), artista total que consolidó el travestismo y el proyecto musical integral, una estética siempre deformada, cambiante y audaz, y la amplitud de registros: cantante, actor, productor, promotor pictórico, etcétera.
Con su fallecimiento, ocurrido el 10 de enero de hace dos años, sus seguidores de décadas no reservaron ninguna expresión de sacudimiento emocional e hicieron un interesante elogio del cósmico Bowie, ligado al panorama de las estrellas.
En resonancia con su canción Space Oddity, relato de un astronauta que tras conocer el manto celeste se pierde en su inmensidad, con cierta nostalgia por despedirse de la Tierra e iniciar el viaje definitivo, los fieles escuchas de Bowie escribieron hermosos mensajes de acompañamiento extraterrestre:
«Torre de control al mayor Tom (protagonista de Space Oddity),
que tengas un buen viaje en el espacio exterior, leyenda;
las estrellas lucen hoy muy distintas,
porque David está entre ellas», anotó por ejemplo Pierre Colin, usuario de YouTube.

«Esta canción será la primera que toque el primer automóvil Tesla en el viaje de mil millones de años a través del espacio», asegura alguien más.
«David Bowie no murió, él está viviendo en Marte», apunta otro en referencia a otra de sus canciones: Life on Mars.
La estrafalaria carrera interplanetaria de Bowie halló su justicia poética en el afán imaginario de sus escuchas, continuadores de un juego de traslación. Se trata de la despedida enormemente afectiva de un héroe coloreado del siglo XX.
