Rubén Ochoa Ballesteros huele a pasado. Su ropa está impregnada de un aroma a libro viejo combinado con madera, quizá pino. Es elegante; difícilmente sale de casa sin portar un traje y un pañuelo en el bolsillo izquierdo del saco, cerca del corazón.
A Rubén le gusta el pasado, lo atesora, por eso lucha por preservar la memoria, sobre todo aquella que tiene algo que ver con la colonia que lo ha visto crecer durante 67 años, la San Rafael.
En esa colonia, en un pequeño espacio de la Privada Roja, en el número 61 de la calle Serapio Rendón, el arquitecto montó una cafetería-taller, Territorio R, un lugar para hablar de urbanismo ciudadano, de la importancia de no olvidar.

Ahí, sobre las paredes blancas del edificio que nació en 1907, colgó unos cuantos de sus tesoros: dibujos hechos a mano durante los últimos años, una pizca de recuerdos de los edificios emblemáticos de la colonia que han desaparecido de las calles de lo que él llama “territorio Rafaelino”.
Entre café, chai latte, pizzas caseras y trazos que emulan al casco de El Cebollón —uno de los ranchos sobre los que se edificó la San Rafael —, la extinta panificadora La Primavera y la entrada de la casa en la que creció su familia, este arquitecto trata de llamar la atención sobre la redensificación de su colonia, la transformación de los años recientes que ha sufrido la zona que nació bajo el nombre de “colonia de los Arquitectos”, por ahí de 1845.
Leonora Carrington y el niño de la casa verde
En la esquina de José Rosas Moreno y Antonio Caso hay un viejo edificio de ventanas grandes, pilares y ladrillos descoloridos. En la planta baja hay un consultorio para el control de peso, una tienda de ropa y otra de abarrotes. Está invadido. Hay letreros de la Asamblea de Barrios que hacen referencia a que el inmueble les pertenece.
No siempre fue así. En 1938 este edificio dejó de ser la Embajada Rusa y se convirtió en una casa de hospedaje para artistas y creadores de bajos recursos. Ahí llegó una joven pintora inglesa, enamorada hasta los huesos de un poeta mexicano que la había ayudado a huir de los nazis.
Leonora Carrington y Renato Leduc pasaron sus primeros años en México viviendo ahí, conocieron a Remedios Varo, María Izquierdo, Xavier Villaurrutia y Salvador Novo. Todos eran parte de la comunidad artística que hizo florecer la colonia durante una década, antes de que otros barrios como Polanco, la Roma y la Condesa le ganaran en popularidad.

Pero la San Rafael perdió la batalla en 1949, un año antes de que Rubén Ochoa llegara al mundo. Cuando él estaba por nacer, la colonia vivía su primera transformación: se despedía de albergar a las embajadas de otros países, decía adiós a los residentes que la formaron —políticos, diplomáticos, artistas—. En cambio, daba la bienvenida a un nuevo modo de vida que, entre un “estira y afloja”, aún conserva.
Las casonas porfirianas se hicieron escuelas, conventos; otras más se fraccionaron, nacieron las vecindades y las privadas; se fueron los ricos y llegaron habitantes de otro nivel socioeconómico, clase media, clase baja. Poco a poco, la colonia comenzó a presentar los síntomas del abandono, consecuencia de las rentas congeladas que se conservaban pese al término de la Segunda Guerra Mundial.
Podría interesarte: El papel de Mancera en el Cartel Inmobiliario para violar normas de construcción
Rubén creció ahí, en una casa de la calle Miguel Schultz que todos conocen como La Privada Verde, en la misma casa que vivieron sus abuelos, que luego pasó a manos de su tía abuela, después fue suya y que el gobierno de la Ciudad de México le expropió hace unos años, aunque sigue en la lucha, con la esperanza de que al menos se le pague lo correspondiente.
La privada verde, la casa de los sueños
En una casona de fachada verde, con el techo caído y aroma humedad, Rubén todavía guarda objetos que le pertenecieron a sus antepasados: sillas, un refrigerador que no necesitaba electricidad, candelabros, libros, fotografías.
Otros tantos instrumentos más cambiaron de lugar, ahora están a unas calles, en la Privada Roja, en un departamento que tiene las paredes tapizadas de fotos de su familia y un cuarto repleto de mapas y un plan de recuperación del patrimonio arquitectónico de la colonia.
Ahora vive ahí, esperando el juicio que resuelva que el gobierno de la CDMX le tiene que pagar el valor real de la propiedad que le expropió hace una década, la principal razón por la que se obsesionó por rescatar lo que aún queda del territorio perdido de la colonia: 177 casas clasificadas como patrimonio urbano que aún se mantienen en pie, “si es que esta semana no ha sido intervenida”, advierte.

Y es que a esta colonia le tiene cariño. Recuerda que dejó la andadera y la cambió por un triciclo en la calle Manuel Villalongín, en el espacio que hoy ocupa el Registro Público de Comercio. También que aprendió a andar en bicicleta en el Monumento a la Madre, a un paso de la placa que dice “a la que nos amó antes de conocernos”.
Se hizo arquitecto por destino. “No podía dedicarme a otra cosa si había crecido ahí, en la colonia que creó el arquitecto español Francisco Somera”. Y durante una vida se dedicó a coleccionar anécdotas, historias y dibujar edificios que ya no se ven en las calles.
En la San Rafael murieron sus abuelos, sus tías, sus padres y uno de sus vecinos más famosos, Germán Valdés, “Tin Tan”. De la privada verde soñaba con verla convertida en un atelier para artistas jóvenes, como los que vivieron en la ex sede de la Embajada de Rusia hace un siglo. Pero los sueños se le esfumaron.
Rubén ha visto cómo desde los años 2000 la colonia se convirtió en un espacio atractivo para el desarrollo inmobiliario y cómo las casas históricas se volvieron campos de oportunidad para desarrollar grandes edificios de departamentos.
Podría interesarte: Vecinos “clausuran” el Sistema de Aguas de la CDMX
El portal Propiedades.com calcula el precio de venta de viviendas, principalmente departamentos nuevos, en 4 millones 500 mil pesos, dos millones más barato de lo que cuesta un inmueble en la Roma Sur.
Mientras que las rentas sí son más accesibles que en otras colonias de moda como la Condesa o la Roma norte que superan los 20 mil pesos mensuales. En la San Rafael una renta ronda en los 11 mil pesos.
El urbanista Salvador Medina explica que este es un fenómeno que apenas comienza a mostrar sus efectos y sus razones. “No podemos llamarlo gentrificación porque no sabemos si hay una expulsión obligada de los habitantes, si el alza en los precios está haciendo incosteables la vida”, detalla.
Sin embargo, acota que el tema del patrimonio arquitectónico y urbano de la ciudad sí requiere de un análisis más a fondo para conocer qué tan posible es su rescate. “También tenemos que pensar que es demasiado caro mantener un edificio catalogado”, recuerda.
Rubén lo sabe, por eso su mirada se torna triste cuando piensa que no pudo rescatar su Privada Verde. “Todo el dinero para repararla se me fue en los abogados en el litigio contra la CDMX”.
Para el arquitecto que trata de salvar lo que queda de la historia de la San Rafael lo único que falta es “que los demás habitantes se den cuenta de los valores de la colonia, que los atesoren, los conozcan y los defiendan. Si esperamos a la administración pública no va a pasar nada porque son cómplices de la especulación inmobiliaria, la lucha es nuestra”.
Al hombre amante del pasado, que huele a madera con libro viejo y que hizo de una cafetería un cuartel para resistir, lo único que le queda es confiar que en el futuro su historia y la de la colonia perduren a lo largo del tiempo.