2006: “Si llega a presidente nos va a endeudar más y vendrá una crisis económica, devaluación, desempleo. Estos son los grandes planes de López Obrador, un peligro para México”. 2012: “López Obrador cuando no está de acuerdo es violento (y aparecen imágenes del candidato con frases fuera de contexto e imágenes de violencia).
Esto que viste en 20 segundos, imagínalo durante seis años. Tú decides”. 2018: “Se va a cancelar la reforma educativa”, pronuncia Andrés Manuel y comienzan imágenes intercaladas de manifestaciones, incendios, caos. “Elige miedo o Meade”.
Andrés Manuel Lopez Obrador, el líder de las encuestas de la contienda electoral de 2018, ha sido el blanco preferido de los sports electorales negativos durante los tres últimos procesos electorales.
Sus rivales han creado una estrategia de miedo para desacreditarlo, restarle votos y hacerlo perder en las urnas.
Pero esta plan no nació en México, su origen está cruzando la frontera norte, en Estados Unidos. Su impulsor es uno de los estrategas que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca: Roger Stone.
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“Mi nombre es Roger Stone y soy un agente provocador”, dice mirando fijamente a la cámara en el documental Get Me Roger Stone de Netflix. Canas perfectamente peinadas, nariz recta, ojos pequeños, pero mirada incisiva; Roger ha estado presente en los momentos claves de la historia política de Estados Unidos durante los últimos 40 años y su estilo “sucio, peligroso, voraz”, de hacer política se ha replicado por todo el mundo, y México no es la exepción.
Para el estadounidense de 65 años, originario de Connecticut, “el odio es un motivador más poderoso que el amor”.
Lo supo desde pequeño, cuando descubrió el valor de la desinformación. En su escuela se hizo un simulacro de las elecciones que enfrentaban al demócrata John F. Kennedy contra el republicano Richard Nixon.
“Fui al comedor escolar y a cada niño que estaba en la fila le dije: ‘Nixon propuso que haya clases los sábados’. Para sorpresa del periódico local, el demócrata arrasó en el simulacro electoral”. Stone no tenía ni 10 años.
Ese fue el momento clave que lo llevó a convertirse en uno de los estrategas del gobierno de Nixon una década después y “consagrarse” como una de las personas involucradas en el escándalo de Watergate en los 70.
Sus ideas conservadoras lo llevaron a tatuarse el rostro de Richard Nixon en la espalda, una forma de decir “no estás acabado cuando te derrotan sino cuando te das por vencido”, el mayor símbolo de su mentalidad, ganar a costa de lo que sea.
Stone se consolidó como el estratega por excelencia.
Estuvo a un lado de Ronald Reagan en la campaña por la presidencia, llevó a varios republicanos al Senado, intervino en gobiernos extranjeros apoyando a dictadores y desde los años 80 trabajó para convencer a Trump de buscar la presidencia de los Estados Unidos.
Cada triunfo tuvo como factor común el juego sucio con una sola regla: “atacar, atacar, atacar, nunca defenderse”.

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Stone fue el pionero del uso de propagandas negativas para ganar elecciones, descubrió los sentimientos más profundos de los votantes y los hizo redituables, la mayoría a partir del miedo y el odio.
Este estratega fue el responsable de que se cuestionara la nacionalidad del expresidente Barack Obama.
Fue quien difundió el rumor de que era musulmán y lo hizo para sentar la base de la atracción política de Donald Trump. Utilizó el odio y el racismo que oculta la sociedad estadounidense para obtener el triunfo.

Lo mismo ocurrió con Michelle Obama, al esparcir la leyenda urbana de que utiliza el término “whitey” (blanquito) para referirse a los blancos de una forma despectiva.
En 2016 la estrategia se repitió con la principal contrincante de Trump, Hillary Clinton. Sobre ella dijo “está casada con el mayor abusador de mujeres y Hillary es su facilitadora, trata muy mal a estas mujeres”.
A su marido, Bill Clinton, lo llamó violador en cada oportunidad que tuvo.
Su trabajo no paró ahí. Descubrió que, a partir del odio, Donald Trump podía ganar esas elecciones y fue él quien sembró la idea del discurso que el magnate ha manejado desde la campaña por la presidencia: el muro y la idea de que los mexicanos son delincuentes.
“Debes ser escandaloso para hacerte notar”, “es mejor ser infame a nunca ser famoso”.
Estas premisas son la base de su política, la misma que este año vemos en México, donde la filosofía Stone impera en los spots, en los discursos, aquí también se ha aprendido que el odio y el miedo son más fuertes que el amor.