Cuando le avisaron a Josefina Vicens que había ganado el Premio Xavier Villaurrutia por El libro vacío (1958), se tomó la noticia con calma.
«Ah», dijo la mujer, discreta, acostumbrada a asegurarse con paciencia, tesón e invisibilidad un lugar en una sociedad de hombres y de ideas conservadoras.
La novela, una disertación amarga e irónica sobre la imposibilidad de expresarse artísticamente, rebasó en el certamen a La región más transparente, el mamotreto icónico de Carlos Fuentes sobre la Ciudad de México.
Con una prosa reposada y un cuadro dramático mucho menos ambicioso, Josefina Vicens (1915-1988) se hizo del galardón que ha reconocido a algo así como la plana mayor de escritores mexicanos de la segunda mitad del siglo XX.
Entre los ganadores figuran Juan Rulfo y Juan José Arreola, María Luisa Puga y Elena Garro, Silvia Molina y Julieta Campos, además de prosistas como Salvador Elizondo, Fernando Del Paso, Gustavo Sainz e Inés Arredondo.
Pero Vicens, la primera mujer en ganar el Villaurrutia, se lo tomó con calma.

La artesanía de un documental
Entre sus dos novelas, sus obras de teatro y más de 90 guiones de cine, destaca en Josefina Vicens la lucha sindical y feminista.
Su sobrina nieta, la socióloga y documentalista Claudia Loredo, considera que la escritora que tenía un traje para cada día de la semana abrió brechas para las mujeres y asentó derechos que cobijan hoy al gremio cinematográfico.
«Josefina Vicens es mi tía abuela, es un referente de felicidad de mi infancia, mis papás la querían mucho, la admiraban mucho, tenían muchas cosas en común. Además de hablar de cine, hablaban mucho de política e ideológicamente coincidían muchísimo.
«Era la tía diferente, la tía que transgredía, la tía que era súper generosa, la tía que había hecho las cosas que no hacían las mujeres de su tiempo», platica Claudia.
Cineastas parados en hombros de gigantes más o menos anónimos que necesitan ser recuperados, estima.
«(La Vicens) denunció y construyó los derechos muy suavemente, muy a la mexicana. Suavecito, te lo digo bien bonito, pero me salgo con la mía. Nunca gritaba, nunca jamás en su vida fue grosera».
Así, Loredo reúne esfuerzos para filmar una película que recupere la historia de su «tía Peque», desde la reconstrucción de un episodio social, pero también desde el relato íntimo y familiar.

La nieta de Vicens abrió un proyecto de fondeadora con el que pretende asegurar recursos para concluir un documental sobre la autora de Los años falsos (1982), contestataria tanto en el marco laboral como en el sexual, en el ámbito artístico y en el relativo a la mujer.
La película, que busca reunir unos 100 mil pesos, necesita trabajar principalmente con material de archivo.
Claudia debe pagar derechos de autor para acceder a los fragmentos de su interés y contar la historia de una sindicalista de cabello corto, masculina, que supo dialogar con el poder sin asfixiarse.
«No era una chava incómoda para el régimen. Incluso ella forma parte de esta generación de intelectuales mexicanos que trabajaron a la par de la formación del Estado mexicano. Era súper amiga de los Echeverría, le hacía los discursos», reconoce Loredo.

En cambio, por ejemplo, relata que no soportaba a José López Portillo, quien impuso a su hermana al frente de la comisión de Radio, Televisión y Cinematografía (RTC), adscrita a la Secretaría de Gobernación.
Con las maniobras de Margarita López Portillo, que abrió el cine nacional a la iniciativa privada, proliferó el llamado cine de ficheras, repleto de mujeres semidesnudas como estrategia para asegurar ventas rebosantes.
La unión hace la fuerza
A Josefina Vicens se la suele recordar por la reflexiva voz poética de su prosa o por los guiones de películas como Las señoritas Vivanco (1959) o Renuncia por motivos de salud (1976).
Sin embargo, una de las pasiones centrales de la novelista fue la lucha sindical, insiste su nieta.
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«Es una sindicalista apasionada y súper convencida, creo que era lo que más le gustaba. Tiene una defensa de derechos laborales de los guionistas y creadores, tanto escritores como en el cine, enorme. Es algo que le reconocen sus compañeros del día día», apunta Loredo.
«Creo que es algo que se tiene que resaltar porque, además, es una mujer en los años 40, 50, 60; no era fácil, y menos en el sindicato, y menos en un sindicato cinematográfico, donde eran los hombres los que cargaban la cámara, los que hacían todo».
El mero ingreso al ámbito cinematográfico era ya un ejercicio de valentía.
Sin embargo, el machismo ni es privativo de aquellos años ni de ese sector laboral; por el contrario, está bastante bien disperso en el espacio y el tiempo, evalúa Loredo.

«A cualquier mujer que esté ahí le toca picar piedra. En la historia del cine mexicano sólo existen Matilde Landeta, Marcela Fernández Violante y mi tía. Métete a una industria que no es de mujeres y además métete a la lucha sindical, pues sí es bastante complicado».
«Lo que hizo de cine es súper interesante y las directoras actuales gozan de un chorro de derechos gracias a eso: gente que se paró en los sets a aguantarse toda la carga de machos mexicanos, que reproducen los hombres y las mujeres».
Ver cine en México, resguardar la memoria en México
Aunque se muestra entusiasta ante el esfuerzo de juntar el dinero necesario para el documental, Loredo reconoce que la tarea es incierta y que ya busca financiamiento por otros lados.
En cuanto a la distribución del filme, una vez que esté listo dice que le gustaría romper el ciclo de los espectadores de siempre, acostumbrados a los productos culturales, para divulgar un atrevimiento que sigue vigente.
«A mí me gustaría que este documental sí tuviera una salida de cine, pero también una salida donde la gente conozca a mi tía, porque lo que quiero es eso».

Acostumbrada a trabajar con organizaciones no gubernamentales, Loredo ve que las cadenas de resonancia que generan esos grupos pueden convertirse en canales de distribución para la película entre las comunidades y personas con las que suelen trabajar.
En cuanto a la biblioteca, los manuscritos originales, los borradores, cartas y documentos personales de la Vicens, su nieta reconoce que el archivo hoy está atomizado entre la familia, aunque le gustaría que con los años lo resguarde la UNAM.