Quizás, solamente quizás, a la novela mexicana la inventó un español: Bernal Díaz del Castillo, ese cronista cuyo elogio de la gran Tenochtitlán está grabado en piedra a un flanco del Templo Mayor.

Nacía así la tradición de la prosa castellana en territorio americano, que en cinco siglos de debate, invención y hallazgo, ha parido a exponentes ocupados de la astronomía y el mito de Orfeo, la llave grecolatina y la descripción de la papaya, como Carlos de Sigüenza y Góngora, Francisco Cervantes de Salazar, Sor Juana Inés de la Cruz, Ignacio Ramírez «El Nigromante», Alfonso Reyes y Rosario Castellanos.

El jalisciense nació en el mismo año que otro prosista célebre: Juan José Arreola. Academia Mexicana de la Lengua.

Entre las voces que entienden que la escritura es claridad y atadura con un pasado siempre presente el asunto de la filosofía y la historia no es el aspecto individual, como la vida misma, dice Ramón Xirau en Introducción a la historia de la filosofía—, destaca uno de los mejores escritores de México por su pulcritud mental: José Luis Martínez, paisano y contemporáneo de Juan José Arreola y Juan Rulfo.

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Además del compromiso con la transparencia de conceptos, probablemente uno de los rasgos centrales del prosista sea la amplitud de temas: su obra lo mismo discute la densidad de población indígena en los países que integran Hispanoamérica, como la vida del conqusitador Hernán Cortés, los legados de Moctezuma y Cuauhtémoc, la construcción de la identidad nacional mediante los ensayistas y políticos del siglo XIX, además del diálogo constante con sus contemporáneos.

No obstante la fama, el acceso a la obra del jalisciense no es sencillo: además de las bibliotecas públicas del país, las reediciones del Fondo de Cultura Económica y el ámbito académico, ¿dónde están los lectores espontáneos y divergentes de este ensayista y compilador? ¿Dónde sus reediciones?

Que el márketing se apiade de la tradición.

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