Los gobiernos totalitarios en América Latina inauguraron un conjunto novelístico particular: la novela de dictadura.

Autores como Ramón del Valle Inclán (Tirano Banderas), Alejo Carpentier (El recurso del método), Gabriel García Márquez (El otoño del patriarca), Miguel Ángel Asturias (El señor presidente), Mario Vargas Llosa (La fiesta del chivo) y Augusto Roa Bastos (Yo, el Supremo) consolidaron obras al mismo tiempo estilísticamente desafiantes y descarnadas en su relato de los abusos del poder en la región.

En ese panorama de grosores verbales, destacan dos obras que podrían inscribirse en la subcategoría de novela de dictadura, y que sin embargo deciden abordar el problema como farsa, desde una perspectiva menos afectada por la gravedad, no obstante la sensible violencia de los casos.

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Se trata de Tengo miedo, torero, novela del travestido performancero chileno Pedro Lemebel que da voz a la viuda de Augusto Pinochet, Lucía Hiriart, y localiza la importancia del relato en las visiones de un homosexual pobre del Santiago de aquellos años, y un texto mexicano: Maten al león, de Jorge Ibargüengoitia, quien este 22 de enero cumpliría 90 años.

Sin descuidar la gravedad de la denuncia, con el retrato de un pueblo embrutecido que sólo se arremolina en torno a mítines y obligaciones, mientras la clase burguesa, privilegiada con satín y violines, organiza la conspiración para asesinar al sempiterno jefe del Estado de Arepa, trasunto caribeño de los países de Latinoamérica, el guanajuatense introduce en la novela de dictadura un rasgo distintivo: el humor, la caricatura ridícula que denuncia que la historia no sólo es grave y violatoria, sino también abiertamente obtusa.

El también dramaturgo trabajó en varias de sus obras con una región ficticia parecida a su natal Guanajuato: Cuévano. El Sol del Bajío.

«Los ricos de Arepa construyeron sus casas en el Paseo Nuevo. Unos, los hacendados, venían del interior de la isla, huyendo de bandoleros, y otros, los comerciantes, del centro de la ciudad, huyendo de malos olores», relata en algún momento la novela sobre el despótico Manuel Belaunzarán y su heroísmo megalómano.

«—Este país necesita progreso. Para progresar necesita estabilidad, la estabilidad la logramos quedándose ustedes con sus propiedades y yo con la presidencia. Todos juntos, todos contentos, y adelante», les dice en algún momento el mandatario a los conspiradores.

O bien:

«Para evitarnos molestias, y este género de acusaciones, habrá que darle verosimilitud al juicio. Habrá que fusilar a uno o dos de los acusados. Hay que darle órdenes al juez. Mañana te encargas de eso», dispone en referencia a su opositor electoral, quien es acribillado en condiciones poco claras.

En Maten al león, publicada originalmente por Joaquín Mortiz en 1969, la hazaña que depone mediante asesinato a Manuel Belaunzarán deviene postal para turistas. La conspiración relativamente exitosa se convierte en efeméride y la necesaria transformación social en un permanente anhelo ilocalizable.

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