Internet desaparecerá y lo hará dentro de nosotros hasta convertirse en una forma subjetiva de ver las cosas, un conjunto de sentimientos que formarán parte de la condición humana.
Lo anterior es la idea central del ensayo “Contrainternet”, del artista y escritor Zach Blas publicada originalmente en 2016 en el sitio Rhizome, especializado en arte contemporáneo, tecnologías digitales e internet.
Blas no habla de un ataque hacia el internet al interponer el “contra”, ya que esto viene de dos ideas.
La primera son las concepciones postidentitarias como “postfeminismo” o “postraza” que buscan entender al cuerpo más allá de las restricciones de la identidad que delimitan a las personas y la segunda tiene su raíz en el Manifiesto contrasexual de la teórica queer y de género Beatriz Preciado.
Preciado define lo “contrasexual” como el “rechazo a las estructuras de poder normalizantes que producen la sexualidad y el género a través de un marco patriarcal, heterosexista y capitalista”. De ahí que lo “contra” sea una crítica más que una anulación per se.

Así, Blas ve a lo “contrasexual” como una oposición que plantea que los géneros son como la tecnología: una producción elaborada mediante el poder. Y al seguir esta línea, el autor dice que la “estética contrainternet reconoce que el internet es una de las principales arenas de control hoy en día” que va criminalizando a las personas que pertenecen a minorías.
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“Pero así como contrasexual y contrainternet son ataques a la normalización y la opresión, también insisten en formas alternativas de entendimiento, placer, conocimiento y existencia”.
De la teoría a la práctica
Algunas de las formas alternativas de entendimiento de las que habla Zach son enumeradas en el ensayo publicado en español por el Centro de Cultura Digital, gratuito en su sitio de internet.
Las obras de camuflaje táctico de Jemima Wyman en donde mezcla feminismo, protesta y estampado, un montaje sobre un choque de drones hecho por Alan Paul y Ricardo Domínguez para incentivar el debate público sobre violencia y ética en estos aparatos y un proyecto llamado Herramienta transfronteriza para migrantes, elaborada por Electronic Disturbance Theater, “que consiste en un celular equipado con GPS que ayuda a las personas que intentan cruzar la frontera México-EE.UU. a encontrar agua albergada en escondites y centro de ayuda”.
Otra de ellas es una serie de máscaras que él mismo elaboró llamada Suite de armamentización facial. Sirven como “una manera práctica de evadir el reconocimiento facial biométrico”, mismas que son “un rechazo más general a la visibilidad política”.

Para el autor estas prácticas de camuflaje, como la de portar máscaras, hacen que las personas se vuelvan invisibles ante la vigilancia digital en las redes, por lo que la “opacidad informática” se vuelve un método de la estética “contrainternet”.
Sin embargo, Blas dice que aunque esta estética puede ser experimentada mediante prácticas artísticas “también debe existir como una idealidad”, es decir, poder crear una alternativa política, aunque ésta pertenezca a un plano utópico.
El fantasma del internet: la censura
La desaparición de internet comienza con su muerte, o al menos una clase de muerte temporal, como ejemplifica Blas a la mitad de su ensayo, en donde habla de las protestas que se dieron en Egipto el 28 de enero de 2011.
En esa fecha los ciudadanos exigían la renuncia del presidente Hosni Mubarak, por lo que el gobierno de aquel país desconectó el acceso a internet a nivel nacional, lo cual fue conocido como el “interruptor de la muerte”.
Lo que buscaba el gobierno era que los manifestantes no se pudieran coordinar y así evitar que los medios de comunicación de otros países dieran cuenta del descontento ciudadano.
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Pese a esto, en cinco días las personas ya habían recuperado su conexión a internet y con ello sus exigencias políticas, por lo que el autor se cuestiona “¿Puede una infraestructura técnica tener una muerte política, como los más de ochocientos muertos durante el levantamiento (en Egipto)? Si realmente el internet murió, entonces también fue revivido, mientras que los manifestantes siguen muertos”.
Con lo anterior podemos entender que el internet está de lado de los manifestantes, aunque su infraestructura es controlada por el Estado.

El “cierre” del internet no es algo exclusivo de países considerados totalitarios, ya que en esta parte del mundo, particularmente en Estados Unidos, también se han tratado de implementar, como lo hizo Donald Trump durante su campaña a la presidencia.
En noviembre de 2015 durante una gira por Carolina del Sur, Trump dijo que se tenía que “cerrar ese internet” haciendo referencia a la forma en la que ISIS reclutaba a sus miembros: mediante redes ocultas.
Esto le hace pensar a Blas que la muerte del internet también representaría un reconfiguración de la red, que daría paso a una mayor acumulación de capital y de control gubernamental, tal como ha pasado con Facebook y su famosa filtración de datos de miles de personas, por lo que incluso Mark Zuckerberg (creador de la red social) tuvo que comparecer ante el Congreso de Estados Unidos.
“Al timón, por así decirlo, está el usuario de internet, un sujeto biopolítico manipulado por las corporaciones, poseedor de una subjetividad aturdida y adicta que ansía transmisiones infinitas, preso de los vínculos que exigen siempre un clic más”.
Cuando el internet deje de existir
La desaparición del internet fue planteada en 2015 por el ex director general de Google, Eric Schmidt, quien durante su participación en el Foro Económico Mundial dijo que “el internet iba a desaparecer” de nuestro entorno.
Lo anterior no significa que el internet sería “asesinado”, sino que “habrá tantas direcciones IP… tantos aparatos, sensores, cosas que usamos comúnmente, cosas con las que interactuamos, que ni siquiera lo notaremos. Será parte de nuestra presencia”.
Con esto se elimina la posibilidad de otro posible “apagón” al internet, sino que deja abierta la idea de que éste sea de una u otra forma inmortal.
«El incidente de Max Headroom», en cambio, es un ejemplo contrario de lo que un ciudadano puede hacer.
En 1987 una persona interrumpió un programa televisivo y comenzó a dar un discurso con una máscara de Max Headroom, programa con tintes cyberpunks.
“Es la eliminación de la posibilidad de matar, una garantía de integración completa, ininterrupción y dispersión”.
La “desaparición” del internet, en este caso, generaría una disolución tal que su infraestructura formaría parte de la vida contemporánea y por ende del mundo mismo.
“Internet = un nuevo elemento químico”, dice Blas.
Nos estaríamos enfrentando a una forma de interactuar que no dudaría de sí misma en ningún momento, “una ciudad transparente donde los datos personales son un pasaporte a la cultura y el entretenimiento”.
“Tengamos por seguro que la desaparición del internet es el surgimiento del internet de las cosas, una promesa tecnológica de rediseñar todos los objetos y seres ontológicamente conectables a la red”.
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Con lo dicho anteriormente podemos estar seguros que con la desaparición del internet surgirá otra faceta, la del internet de las cosas, algo que bien podría ser sólo una promesa evolutiva de la tecnología pero que permitiría rediseñar todos los objetos y seres existentes, u ontológicos, que se puedan conectar a la red.