Paco León lucha todos los días. Sus armas no disparan balas y su campo de batalla no está en un territorio específico.
Paco pelea con sus ideales contra el sistema consumista que «nos orilla a alimentarnos con basura y a adquirir productos que tienen un trasfondo: la explotación de la tierra, el agua, los ecosistemas, la explotación de los animales (humanos y no humanos)».
Lo dice recargado en una piedra, sentado en el verde pasto de Ciudad Universitaria. Tiene 36 años, viste de negro de pies a cabeza, usa lentes.
Paco es anarquista y antiespecista (está en contra de que el ser humano discrimine a otros animales por considerarlos inferiores, también de su explotación).
Aunque es el freeganismo la corriente que realmente lo identifica y que lo llevó a buscar otras alternativas para vivir —o sobrevivir— al capitalismo.
Este movimiento reconoce que vivimos en un sistema de producción en masa motivada por el beneficio de unos cuantos a partir del abuso de personas, animales y la tierra. También va de combatirlo desde la propia trinchera.
Bajo esa línea trabaja en Comida No Bombas, una red de colectivos independientes alrededor del mundo, que replicó en el sur de la Ciudad de México desde hace casi seis años y que tiene como misión concienciar sobre el daño que hacemos al planeta con los métodos de consumo actuales como el desperdicio de alimentos y la explotación animal.

Se trata de recuperar alimentos que no sean derivados de animales, que por estética son desechados en mercados para producir comida con ellos que pueda alimentar a personas que lo necesiten y difundir su propuesta antisistema.
Una forma de combatir una forma de desigualdad: la pobreza alimentaria.
Y es que en un país como México en donde cuatro de cada 10 personas que habitan en zonas urbanas carecen de ingresos suficientes para adquirir una canasta básica alimentaria y donde seis de cada 10 habitantes de zonas rurales no tienen el acceso a lo mínimo para alimentarse, el desperdicio de alimentos no debería ser una opción.
«El problema viene desde la misma industria que impone un tamaño, un peso y un color para comercializar un producto. Los alimentos que no cumplen esos estándares (aunque incluso los superen) salen del proceso. Después están los daños que esos productos sufren en el transporte y que provoca que los consumidores los descarten», explica.
Así Paco y otros integrantes del movimiento —la participación depende de la disponibilidad de cada persona—, acuden a mercados a dialogar con los locatarios, difundir su ideología y pedir apoyo para que esas frutas y verduras que no venderán y que usualmente terminarían en la basura tengan una segunda oportunidad.
Luego lo reparten en diversos puntos de la ciudad, desde Ciudad Universitaria porque «hay compas que a veces vienen sólo con lo de su pasaje, sin algo en el estómago», hasta Lechería, en donde pasa la Bestia atiborrada de migrantes.
«No es caridad, es solidaridad», aclara.

La solidaridad tampoco es casualidad, su historia de vida lo ha llevado hasta este punto. León vivió explotación laboral en su adolescencia, comenzó a trabajar desde los 13 años; también padeció hambre.
«Creo que esto es un poco de mi historia. Entendí la importancia de la comida y el contraste de que haya gente que no tiene ni lo mínimo para subsistir y quien se da el lujo de tirar alimentos».
Así entendió que la pobreza alimentaria tiene una relación directa con cómo tratamos al planeta y cómo los hábitos establecidos por el sistema capitalista traen consigo una mala distribución del alimento.
«80 por ciento de los granos que se producen en el mundo están destinados para las fábricas de explotación, para alimentar animales.
Si no hubiera una demanda tan alta de carne, entonces no habría una demanda tan alta de cereal para alimentarlos. Entonces no necesitaríamos destruir ecosistemas para alimentar animales que serán asesinados», explica.
Paco no es el único preocupado por el tema. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés), ha reiterado que la agricultura es una de las prácticas más nocivas para el medio ambiente.
Los datos de la organización son claros: dos terceras partes del agua es utilizada para la agricultura, como la agricultura se utiliza para alimentar el ganado tenemos más emisiones globales (40 por ciento de las emisiones provienen de estos animales), el hecho de que el hombre acabe con ecosistemas para sembrar ha extinto miles de especies animales las últimas décadas (se calcula que se podrían extinguir hasta 25 por ciento de las especies del planeta), la agricultura también está dejando tierras inservibles.
Pese a la urgencia ambiental, el consumo de carne, el desperdicio de alimentos y la mala distribución de éstos no se ve como un problema.
Wayne Pacelle, autor de The Humane Economy, dice que consumimos 77 mil millones de animales cada año, existe un consumo promedio de 11 animales por persona.
Aunque hay países como Estados Unidos donde se consumen 120 kilos de carne por persona, según la FAO; en México se come entre 55.3 y 68.6 kilogramos por persona.
Pero además está la otra parte, la crueldad que conlleva la producción masiva de alimentos cárnicos. «Hay gente que tiene violencia tres veces al día en sus platos», recuerda Paco.
Detrás de Comida No Bombas está todo esto. “Esto es una guerra, no es un hobbie ni un pasatiempo o un estilo de vida como lo ven otras personas.
Para mí es eso, estamos en una guerra sistemática por la sobrevivencia particular y la subsistencia del planeta entero y sus demás habitantes. Es una lucha de todos los días. ¿Qué hay que hacer? Delimitar de todas las maneras posibles el juego sistemático, el juego del consumo, el juego del dinero”.
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