¿Recuerdan cuando, hace una semana, Kanye West sacó un disco nuevo? Qué tiempos aquellos, hasta parece un recuerdo en polaroid, con personas en pantalones acampanados.

Al ritmo de las redes, en el momento de escribir esto, una semana es una era geológica. Sobre todo, si se toma como referencia el contenido del disco (titulado ye, para mayor precisión), el cual habla de cosas con unos cuantos días de antigüedad.

Aunque aquí, la palabra “cosas” resulta muy amplia. Habríamos de decir, en vez de eso, “cosas relacionadas con Kanye”. O mejor, “cosas relacionadas con Kanye que a Kanye le gusta decirse a sí mismo y con las que espera que, quienes le escuchen, dibujen el retrato de Kanye que a Kanye más le gustaría”.

La historia previa al disco es muy sabida: involucra colapsos síquicos en escena, intercambio de besos con Trump en tuíter, la escritura de un “libro” de “filosofía” (si al menos las comillas pudieran ponerse en mayúsculas) en esa misma red social y alegatos de que la esclavitud de la población negra en Estados Unidos sucedió porque los mismos esclavos lo eligieron.

Tratándose de Kanye, sabemos, hay varias coartadas para desplantes como esos, de los que ha estado llena su presencia pública de unos años para acá (como haber defendido la inocencia de Bill Cosby, en un tuit escrito en mayúsculas, para promocionar The life of Pablo).

nuevo disco ye fans descomponen a Kanye West por narcisismo
       Foto, vía: The Guardian

Una de esas coartadas es la de sus problemas síquicos, de los que, lo sabemos, no está chido hacer escarnio (aunque tampoco le han estorbado para aparecer en los primeros lugares de temas del momento, algo que parece su misión central; tal vez la única).

Otra de ellas, es que no se debe tomar todo lo que dice Kanye en sentido literal: como equivalente del genio renacentista para todos los aspectos más importantes del entorno mediático, cada exabrupto suyo es considerado –por un amplio público– como un golpe publicitario maestro.

Pero, ¿qué es exactamente lo que venden esos comerciales? A primera vista, parecería que sus discos. Sobre todo, por los momentos en los que elige hacer los actos publicitarios más vistosos o burdos. Lo que empieza a espesar la trama es que también sus mismos discos parecen comerciales de algo.

Es un gesto de los más curiosos en el hip hop, el hecho de que los mismos discos suelan ser un comercial de sí mismos o de quien los firma: líneas que hablan del regreso de su autor, de que ahora los beats son mejores que los de sus colegas o que el de la voz cantante (¿rapeante?) sigue imbatido.

Pero Kanye lleva el asunto demasiado lejos: ahí no hay una creación de personaje tanto como la necesidad de persuadir que la distancia entre el personaje y el autor no existe.

Toda su obra pretende ser (todo el tiempo, de manera fatigosa) una mirada al interior de su mente en bruto.

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Además, sus discos no son tanto comerciales de sí mismos como de Kanye. Son una colección de lemas de campaña (al paso de unos beats que a veces son muy ponedores, para qué negarlo).

Esa campaña es permanente y tiene como objetivo postular a Kanye (imponerlo, forzar a su público a la rendición y aceptarlo) como la mente más creativa o innovadora de su tiempo.

Y esto, más en el caso de ye que de sus discos anteriores. En él, más que un monólogo interno, lo que parece que escuchamos es escritura automática.

Se trata, claro, de probar que puede prescindir del método creativo y escupir lo que sea que esté pensando en el momento, que será indudablemente brillante.

Hay que recordar los soliloquios deambulatorios que se aventó hace unos dos años: pedía anticipadamente que premiaciones televisadas en vivo y programas nocturnos le cedieran un espacio de varios minutos para hablar sobre algo. Nadie sabía a ciencia cierta qué, de antemano.

Ni siquiera él, en teoría. Pero se les aseguraba a los productores de las televisoras que ese espacio era no negociable, así como las condiciones, porque lo que habría de registrar su micrófono en esos minutos sería oro puro. No debía esperarse otra cosa.

El señor Kanye tenía muchas ideas para cambiar el mundo, se decía.

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Foto, vía: Billboard

Para muchos fans de Kanye, la atención a cada gesto suyo está más que recompensada. Tan pronto balbucea algo en Instagram, se diseccionan sus palabras o gestos hasta forzarlos a parir algo poco menos que profético. Es extraño que a alguien se le atribuyan ese tipo de poderes. Sobre todo, es injusto.

ye puede ser prueba de que la devoción irrestricta que mucha gente le ha tenido fue un error: Kanye se vertió en el estudio en momentos que parecen haber sido aleatorios, a la luz de los resultados.

Confiesa en una canción el impulso más insustancial de asesinato que se haya conocido y en otra, la tensión sexual y celos que le ocasiona imaginar la adolescencia de su ahora muy pequeña hija. Son dos ejemplos, nada más.

Cosas que hasta un alumno de secundaria se avergonzaría al leerlas, al día siguiente de haberlas escrito en su cuaderno.

No dudo que a alguien con un narcicismo del tamaño que él se carga le resulte fácil convencerse de que la atención incesante y expectativas infinitas son lo menos que merece. Pero a la larga, no puede evitarse que ese peso encorve a cualquiera, incluso a Kanye, hasta dejarle en el piso.

En un mundo donde los consumidores son, al mismo tiempo, bienes de consumo (a veces de forma simultánea), alguien que pasa tanto tiempo en la mira (consumiendo y siendo consumido de forma tan violenta) seguramente termina olvidando incluso quién es.

@nombretemporal

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