La predisposición a la tragedia y cualquier delicado rasgo de nuestra personalidad floreció de nuestros miedos e inseguridades que se gestan desde que somos niños y que nos van formando como personas y lectores. Quizá por eso, la literatura infantil sigue siendo infalible a la arrogancia del lector adulto y experto, y sigue siendo igual de efectiva para las nuevas generaciones de niños lectores.
Los libros de niños no son para niños, recién publicado por la editorial tapatía Luzzeta, reúne veinte ensayos de María Fernanda García (Ann Arbor, 1987) sobre la literatura infantil y la peculiar apreciación de la autora en la adultez.
Este libro se empezó a gestar como una columna para Tierra Adentro, revista que convoca a jóvenes escritores mexicanos y que es publicada por la Secretaría de Cultura.
María Fernanda dice que esa columna se empezó a gestar de manera algo fortuita. «Un poco porque un día Rodrigo [Castillo, entonces editor de la revista] me contactó y me dijo que si no quería escribir sobre libros infantiles. Yo nunca había escrito formalmente en ningún lugar, tenía textos por todos lados de cosas que me iban pidiendo pero yo siempre sentí que yo era mejor leyendo que escribiendo».
«Los libros ilustrados, los albums más sofisticados o las novelas gráficas han hecho un poco que los adultos digan: ‘Ah, esto está interesante, esto puede estar bien. Este segundo contacto, muchas veces con sus hijos… el regreso está ahí», comentó en entrevista con República 32.
La autora estudió Historia, en la UNAM y su investigación de tesis se llama Construcción de ideas del niño lector a partir de colecciones editoriales en México. «En esta investigación detecté que el perfil de gente que leía y tenía libros [de niños] eran hijos de académicos y nacidos por ahí del ’88, es como a la generación que sí le tocaron libros y que además sus familias tenían un perfil muy particular. O sea: no todos leímos igual de chiquitos. Como que me di cuenta de eso y luego siento que mi regreso a los libros es como un reclamo de que yo no tuve eso. Igual y tampoco lo quería pero hay como un lamento de decir: ‘¿Por qué mis papás no me dieron nada para leer?’ Y no pasa nada si no te dieron para leer tampoco».
«Me niego a pensar en la literatura infantil como una que se diferencia de la literatura adulta; ni siquiera existe esa categoría, ¿cierto? Por lo general, no distinguimos los libros que leemos por el público al que van dirigidos. En las librerías no hay secciones dedicadas a poesía para personas entre 31 y 37 años, esto se define en función de los gustos y la experiencia del lector; en principio ningún libro le está negado. Algo distinto sucede con el libro infantil en cuya cadena intervienen principalmente adultos», dice la autora en uno de los ensayos del libro que puede encontrarse en librerías en la página de la editorial.
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