En la colonia Álamos, delegación Benito Juárez, hay una vieja casa con una pequeña puerta blanca, silenciosa por fuera, viva por dentro. En la calle, pocos caminan. La casa color naranja tiene perfil bajo.
Cuando el día comienza a apagarse y la oscuridad cubre la ciudad, comienzan a llegar sus visitantes. Uno a uno, tocan el timbre. Pasan. La mayoría son hombres, aunque dentro, cuando crucen el umbral del búnker de la privacidad, serán alguien más.
Dentro, la oscuridad también domina. Son las luces neón las que dan forma a las siluetas de quienes se mueven tras las sombras: tacones altos, vestidos de noche, lentejuelas, pestañas largas, ostentosas cabelleras. Música, tragos, risas.
Se trata de Casa Club Roshell, el búnker que permite que cualquier hombre pueda dejar salir la mujer que lleva dentro.

Ese refugió surgió en 2004, no por casualidad, sino como producto de una necesidad. Su fundadora, Roshell Terranova, era dueña de una estética que atendía principalmente a la comunidad LGBT+, pero poco a poco se fue dando cuenta de que muchas personas estaban en búsqueda de un sitio en donde pudieran ser quienes son realmente, sin prejuicios, sin discriminación.
Roshell lo entendió al instante porque lo vivió en carne propia, aunque no a un nivel extremo. Ella nació como Luis y creció con la idea de ser un joven gay, siempre cobijado por su familia, aunque no por sus compañeros de escuela.
Artista desde niño, Luis obtuvo un papel en una obra a sus 18 años, un papel de travesti. “Fue hasta que debuté a los 18 años, en un escenario, al estar ya en los tacones que me correspondían, al estar haciendo esos shows, que me di cuenta de que tenía que hacer mi transición para lograr ser y realizarme como persona”. Así nació Roshell.
Más tarde el publicista de día y la artista de noche tuvieron que elegir un camino único. Luis supo que Roshell no podría vivir en el corporativo que lo había visto desarrollarse profesionalmente los últimos años, así que renunció y puso su estética. Roshell pudo existir sin limitantes sociales.
Por eso, ya en la estética, cada que alguien le pedía que le guardara el vestido, los tacones o el maquillaje que usaba para convertirse en la mujer que traía dentro, lo hacía sin dudarlo. Así, sin querer, comenzó su activismo y su estética se transformó en un club privado para todos aquellos que, por su situación laboral, familiar o social no pueden ser quien quieren ser.

Y es que hacer una transición como la que ella realizó no es una decisión fácil de tomar. Según explica, el primer obstáculo es familiar: “¿Cómo vas a decirles que te gusta vestirte de mujer?”, pregunta. Y luego el sector laboral: “Si ya tienes una profesión, estás insertada laboralmente en un buen empleo; eso te detiene muchísimo, hay gente muy talentosa que a lo mejor tenemos que estar orilladas a estar en una estética o en la moda o el show nada más, teniendo talento para muchas otras cosas”.
Así ha visto pasar historias en Casa Club Roshell. Desde las parejas que intercambian roles de género tras sus paredes, la esposa que intentó apoyar a su marido travesti y lo logró, hasta el cobijo a los «transfans», esos hombres heterosexuales que se sienten atraídos por travestis y transexuales y que también han encontrado en esta casa de la Álamos el lugar para cortejarlas, sin temor al repudio de la sociedad.
«Vivían aislados porque un hombre no le dice a otro hombre que le gustan las travestis, eso socialmente es terrible», detalla.
Por eso su lucha también está fuera de las paredes del club. Roshell Terranova se ha convertido en una de las activistas trans más activas del país. No podía quedarse inactiva después de todas las historias que escuchó dentro de sus muros. Ha impulsado la sociedad de convivencias, luego el matrimonio igualitario, el derecho a la identidad de género.
Y, aunque reconoce que hay avances, dice que la lucha continúa. «En la CDMX tenemos la Ley de No Discriminación, tenemos el matrimonio igualitario, tenemos la Ley de Identidad, pero eso nada más es el a CDMX porque hay gente, hay religiones, hay políticos que pueden dar un lineamiento de odio para nuestras poblaciones».
Para ella el reto, pese a los avances, aún es grande, más en época electoral.
«Lo primero es respetar lo que ya tenemos y después seguir en la lucha de lo que nos falta, como te comentaba: lo del respeto hacia el sector laboral; nos falta la agenda de salud. Quien quede, nosotros vamos a seguir trabajando».
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