Todas las mañanas Adelina y Laura se encontraban en las escaleras del edificio. Ambas, mujeres trabajadoras, de 26 años y nacidas en la Ciudad de México.
Mientras Adelina limpiaba las escaleras del edificio en donde trabajaba como empleada doméstica, Laura, recién egresada de la carrera de Turismo, se dirigía, en aquel 2004, a su nuevo empleo.
Entre ambas mujeres hay muchas similitudes, pero un gran factor las hace diferentes: su entorno.
Laura es hija de un técnico jubilado que tuvo una gran peso en el extinto Luz y Fuerza del Centro, quien pudo darle acceso a una educación universitaria, clases particulares de inglés y actividades deportivas; en cambio, los padres de Adelina no sabían leer ni escribir y no pudieron brindarle una educación más allá de la secundaria.
Eso hizo toda la diferencia. Las oportunidades que tuvo Laura le han permitido una mayor movilidad social y vivir mejor que sus padres: ahora que tiene 40 años y un empleo que le permitió comprar una casa en Playa del Carmen, Quintana Roo, y cada año viaja a Europa.
En contraste, la falta de oportunidades paralizó a Adelina en la pobreza, pues 14 años después, ella sigue trabajando como empleada doméstica con un nivel de vida muy similar al de sus padres.
La historia de ambas es una historia que se repite por millones a lo largo del país: en México, solo el dos por ciento de la población que está en situación de pobreza, logrará progresar y mejorar su situación socioeconómica.
Según el estudio Desigualdades en México 2018, elaborado por el Colegio de México, nuestro país tiene un índice de movilidad social de 2.1 por ciento, mientras que en Canadá, el índice es de 13.5; en Dinamarca, 11.7; y Francia tiene 11.2.

“Esta movilidad sumamente baja implica que el país no tiene un sistema efectivo para igualar las oportunidades”, diagnostica el estudio publicado este año. “El origen económico de los mexicanos determina, en muy buena medida, las condiciones socioeconómicas que experimentan cuando son adultos”.
En materia de pobreza, el sexenio arroja cifras mixtas. La buena noticia es que hace seis años, cuando Enrique Peña Nieto era candidato a la presidencia, había 11.5 millones de mexicanos en pobreza extrema, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social.
En 2016, de acuerdo con datos de este mismo año, la cifra bajó a 9.4 millones.
La mala noticia es que la pobreza en general tuvo un repunte en México: en 2012 había 53.3 millones y en 2016 la administración de Peña Nieto cerró con 53.4 millones de pobres.
La peor: el actual sexenio heredará al siguiente presidente una amenazante cifra de personas que, de un día para otro, pueden caer al sótano de la pobreza: en 2012 había 7.2 millones de personas “vulnerables por ingresos” –mexicanos sin carencias sociales, pero cuyo ingreso es inferior a la línea de bienestar– y el sexenio se despedirá con cerca de 8.6 millones en esa situación.
Y como la pobreza va de la mano de la desigualdad, en ese rubro el sexenio también entrega malos resultados: según el Análisis de desigualdad, elaborado en 2016 por la organización internacional OXFAM México, en 2014, el 10 por ciento de la población más rica de México, tenía un ingreso promedio de 154 mil 524 pesos, mientras que el ingreso del 10 por ciento más pobre de la población era de 6 mil 288 pesos.
Lo desalentador es que, para el 2016, el ingreso de los ricos aumentó a 160 mil 820 pesos y el de los pobres a solo 6 mil 820 pesos.
El mismo análisis señala que si la tendencia observada en los ingresos de 2014 a 2016 se mantuviera en el futuro “tomaría 120 años comenzar a reducir la diferencia monetaria entre los más pobres y los más ricos”.
Actualmente, el 10 por ciento de la población más rica en México controla el 67 por ciento de la riqueza nacional, de acuerdo a la organización OXFAM.
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